1er cuatrimestre- 2009
Trabajo práctico N°1
Promocionar una naranja desde el sentido: oído
Hoy compré una naranja, ¿por qué comprar una naranja, si puedo comprar frutillas, ananá, kiwi, hasta un durazno? ¿Por qué comprar algo tan difícil de comer, si podría simplemente comprar una manzana y en el acto hincarle los dientes? Y no lo supe hasta el momento de oírla.
No había entrado a la verdulería cuando me llamo con su voz intensa y a la vez tan apagada. Fue una conexión, un grito de ayuda, un pedido de auxilio. Estaba en el suelo, rodando y rodando, intentando escapar de las manos de un verdulero que corría detrás suyo maldiciéndola sin piedad alguna, desconociendo que ésta podría escuchar sus blasfemias hasta amargarse.
Me agaché y tomé la naranja antes de que cayera a la calle, salvándola de un posible trágico final (en ese momento imaginé el singular sonido de una naranja pisada por un auto, un ruido líquido, el típico “splash” de una historieta) y la compré.
Al llegar a mi casa, la lavé con abundante agua fría para limpiarla bien. Usé mis manos y al pasar fuertemente mis dedos por su superficie, estos hicieron un sonido particular y muy fino, que me recordó a aquellos días en la cancha de básquet, cuando mis zapatillas con suela de goma hacían música cuando corría detrás de esa pelota naranja, naranja como esa fruta que tenía en mis manos, que, de hecho, nada tenía de pelota de básquet.
Cuando terminé de lavarla, le saqué esa cáscara tan vibrante, como la voz de un soprano. Al llegar al interior de esa especie de cápsula protectora, ya no era brillante, era áspera, como una lija, como una voz ronca, como las primeras palabras casi indescifrables de alguien que se acaba de despertar.
Una capa de tan diversos sonidos debía contener algo mágico en su interior. Y así fue, cuando sentí el interior, fue inconfundible, parecido al sonido que me había imaginado un tiempo antes, al salvarla de ser pisada por un auto, un sonido mojado.
Y yo seguí manipulando mi cuchillo, como un caníbal. Despiadadamente pasaba los dientes metálicos del cuchillo por su interior como si ésta no sintiera nada, sus gotas cayendo en el plato no significaban para mi síntoma de dolor alguno, sino algo normal que le sucede a las frutas.
Cuando finalmente me digné a morderla, sentí un verdadero concierto dentro de mi boca. Concebí un placer indefinible cuando sus pequeñas células explotaban y retumbaban en mis oídos como la batería de Charlie Watts, bramaban de tal forma que ensordecieron al resto de mis sentidos. Al morderla una y otra vez, la batería iba cediendo, dando paso a un sonido extraño, que al tragar ese néctar perfecto, al filtrarse por mi garganta, la batería cesó totalmente para darle lugar a un suave solo de guitarra.
Cuando terminé de comerla, descubrí por qué había elegido comprar una naranja, y no una frutilla ni una manzana. Porque ni una ni la otra tenían tantos acordes en su interior, tantas notas diferentes que conviertan el simple hecho de comer una fruta en la conmoción única de sentir una música que es perfecta para mí y para nadie más. Cuando veas una naranja, y te llame, como me llamó a mí, no lo dudes, te habló, y ya la oíste, ahora tomate tu tiempo y escúchala, vas a sentir una sinfonía de sabor.
Amalia Alonso.
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